miércoles

Buena salud



La salud es la ausencia de enfermedad. Pero la enfermedad a veces parece llamar a nuestra puerta.  

Hay enfermedades imprevisibles pero hay otras más previsibles. Cuando uno está sujeto a un enorme estrés, cuando todo lo que te rodea parece realmente insoportable, cuando los problemas se acumulan, da la impresión de que nuestro sistema inmunitario se da por vencido y aparece la enfermedad, en la forma que sea, seguramente en nuestra parte más débil. 

Te has percatado de que cuando vives despreocupado, contento y alegre por el simple transcurrir de la vida, cuando la esperanza está presente para hoy y para mañana, cuando las cosas parecen ir bien, nunca te acatarras. Y, en cambio, cuando ocurre lo contrario aparece un resfriado, una gripe o algo peor. 

Decide estar sano. No provoques a la enfermedad. Piensa en tu actual buena salud, sin entrar en detalles como dijo algún conocido político. Hay personas que no pueden levantarse de una cama porque están tetrapléjicas. ¿Es ése tu caso? Hay personas que no pueden ver porque nacieron ciegas. ¿Es tu caso? Entonces, no te quejes. Aprovecha tu actual buena salud, la suficiente para vivir la vida y disfrutarla.

Hace algunos años leí una interesante reflexión de David J. Schwartz en su libro “The Magic of  Thinking Big” (La Magia de Pensar a lo Grande). Me parece que concreta de forma muy aguda las reflexiones que planteaba anteriormente

No hables de enfermedad. Cuanto mas se habla de una enfermedad, incluso de un simple resfriado, ésta parece empeorar. Hablar sobre la mala salud es como fertilizar las semillas. Además, hablar de la mala salud es un mal hábito. Aburre a la gente. Hace que parezca que uno sólo piensa en si mismo. La gente con éxito consigue vencer la tendencia de hablar de su “mala” salud. Puede  - y déjenme que enfatice la palabra “puede”-  que se compadezcan de nosotros, pero uno no obtiene el respeto y la lealtad de las personas siendo un quejica crónico.

Agradece que tu salud sea todo lo buena que es. Hay un viejo dicho que dice: me sentía mal porque tenía los zapatos rotos, hasta que conocí a un hombre que no tenía pies. En vez de quejarse por no “sentirse bien” es mucho mejor alegrarse de estar todo lo sanos que estemos. Sentirse agradecidos por la salud que tenemos es una vacuna contra los dolores y las enfermedades reales.

Recuérdate a ti mismo: es mejor gastarse que oxidarse. La vida es para disfrutarla. No la desperdiciemos. No malgastes la vida imaginándote en una cama de hospital.

martes

Marco Aurelio




Por seguir con la recomendación de vivir el presente y no perderse en las quejas del pasado ni en las elucubraciones sobre el futuro, puede venirnos bien una meditación del emperador  romano Marco Aurelio, una de la cabezas más brillantes de su época.

Marco Aurelio fue interpretado por el actor Richard Harris en la película "Gladiator" y su estatua original se muestra en el Museo Capitolino en Roma. 

A finales del siglo II de nuestra era, en su obra "Meditaciones, el emperador romano escribe:

"Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en un mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que se separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida. Porque sólo se nos puede privar del presente, puesto que éste sólo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder."

Sabiduría



Como dijo un hombre sabio llamado Leonardo da Vinci:

La mayoría de la gente mira sin ver; oye sin escuchar; toca sin sentir; come sin saborear; se mueve sin saber lo que hace; respira sin conciencia del olor  o de las fragancias y habla sin pensar.


Un buen día me encontraba en una cafetería en la que se agolpaba la gente a la búsqueda del primer café del día. Las órdenes se sucedían. Un café expreso, un machiatto, dos descafeinados, uno con leche. El ritmo era frenético como sólo podía serlo en hora punta  y en una ciudad como Nueva York. 

En medio de aquel jaleo me llamó la atención la actitud de un  venerable anciano que junto a mí había pedido un café expreso y ahora, con la taza en su mano se dedicaba, al parecer, a mirar con gran interés la crema que sobresalía en la superficie de su café. Después de varias miradas llenas de interés, elevó la taza y la acercó a su nariz. Era evidente que la estaba olfateando, aspirando los aromas que escapaban de aquel café caliente e intenso. Luego dejó la taza nuevamente  en el mostrador, elevó la vista y lanzó una mirada a su alrededor. En su cara se reflejaba cierta concentración que, yo deduje, se debía a que en su interior, en lo más profundo de su capacidad sensorial, estaba disfrutando del momento. El aroma del café dominaba su momento vital y se preparaba a disfrutarlo de manera absoluta. Así fue. Volvió su mirada hacia el mostrador, la dirigió a la taza de café, la tomó con la mano y la elevó hasta su boca. A partir de ahí, la cosa me quedó clara. El hombre, el sabio, inició una serie de sorbos que finalizaron cuando en la taza ya no quedaba nada. Tomaba el café despacio, sorbo a sorbo, siendo totalmente consciente de lo que estaba haciendo. Disfrutando al máximo de esa taza de café. Disfrutando al máximo de un breve momento del día. A su lado, los demás clientes se sucedían uno tras otro con sus diferentes comandas, y cada uno de ellos apuraba su café a toda velocidad, como si fuese algo asqueroso que había que terminar a toda máquina en vez de un momento maravilloso del día para disfrutar. Aquel día aprendí algo muy importante: cómo disfrutar con una taza de café. 

Gracias hombre sabio.

lunes

Una maravilla


Esa mañana, cuando te levantas y te atacan pensamientos negativos, cuando en ese difícil momento de enfrentarte al nuevo día tu cuerpo parece frenarte, parece querer detener tus intentos por vivir la vida con intensidad, recuerda que precisamente tu cuerpo es una maravilla de la creación que merece elevarse por encima de los pequeños problemas y de las innumerables vicisitudes del día a día. 


Recuerda en ese momento las bellas palabras de William Shakespeare en su obra “Hamlet”:

“¡Qué obra admirable es el hombre! 
¡Qué noble en su razón! 
¡Qué infinito en capacidad! ¡
¡Qué exacto y admirable en forma y movimiento! 
¡Qué semejante a un ángel en su acción! 
¡Qué parecido a un dios en su comprensión! 
Es la belleza del mundo, el ideal de los animales.”

domingo

Vivir



Hace no mucho tiempo, tu padre  o tu abuelo, sabía que por haber nacido en un pueblo determinado, iba a vivir toda su vida en ese pueblo e iba a morir allí mismo. No había elección. No había viajes. No había movilidad. 

Era un mundo absolutamente predecible. Casi todos los días ocurrían las mismas cosas. Un completo aburrimiento. Una vida llena de certidumbres, también de seguridad. Incluso, tenían previsto en qué lugar del cementerio local iban a ser enterrados sus restos mortales cuando murieran.

Hoy es todo lo contrario. Vivimos en absoluta y total movilidad. Hoy aquí, mañana allí, pasado Dios sabe dónde. 

Esto tiene sus ventajas  y sus inconvenientes. Es una vida más atractiva que la del padre o la del abuelo. Tenemos la posibilidad de conocer mundo, más allá de los límites locales. 

Vivimos aventuras personales, conocemos gente interesante de otras culturas, nos abrimos a nuevas  y excitantes experiencias, pero no sabemos en qué lugar nos enterrarán, ni falta que hace.

El mundo en el que nos ha tocado vivir nos permite, más que nunca, vivir en el presente, disfrutar del ahora y ese maravilloso concepto de la movilidad tiene un factor que me gusta resaltar. Gracias a él conocemos lugares que nuestros antepasados sólo conocían de oídas. Pateamos las calles de París, tomamos una cerveza en un pub de Londres, o corremos al atardecer por el puente de Brooklyn en Nueva York.

Es decir, tenemos la oportunidad de probar la vida en muchos lugares  del mundo y decidir, después, en qué lugar nos encontramos más cómodos, más a gusto, más  de acuerdo con nosotros mismos. 

Puede ser debido a la presión atmosférica, puede ser por la cercanía del mar, puede ser por las corrientes electromagnéticas del subsuelo, puede ser por las líneas de Hartmann, lo que sea. 

Allí dónde nos encontremos a gusto, allí donde sintamos que la respiración penetra hasta lo más profundo de nuestro ser, allí donde nuestro cuerpo nos dice “¡que bien estoy!”, en ese preciso lugar pongámonos a vivir.

jueves

Universo


A veces nos centramos excesivamente en nuestros pequeños problemas. Realmente nos empecinamos en crear problemas allí donde, seguramente, no los hay. 

Somos demasiado exigentes con nosotros mismos en cuestiones sin mayor importancia. Deberíamos preguntarnos sobre lo que hoy nos parece un problema, ¿qué nos parecerá dentro de un año? ¿Y dentro de diez años? Relativizándolo, veremos ese presunto problema a la luz de una nueva perspectiva, sobre todo si caemos en la cuenta de la pequeñez del ser humano, en la pequeñez de la Tierra. Somos poca cosa en medio de un inmenso Universo y, visto así, nuestros problemas resultan increíblemente pequeños; así que, a relativizarlos, nos haremos un gran favor.

Sirva como ayuda este magnífico texto del escritor japonés Haruki Murakami en su obra "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo". Dice así Murakami:

“Una vez, en quinto o sexto de primaria, fui con mis amigos a acampar a la montaña y vi por la noche un cielo cubierto de incontables estrellas. Tantas, que parecía que el cielo no iba a poder soportar su peso, que se partiría y caería en pedazos. Nunca antes había visto un cielo estrellado tan prodigioso, ni volvería a verlo jamás. Después de que todos se durmieran, como yo no podía conciliar el sueño, me deslicé fuera de la tienda, me tendí boca arriba y permanecí inmóvil contemplando aquel precioso cielo estrellado. De vez en cuando, la línea brillante de una estrella fugaz cruzaba el cielo. Pero me fue entrando miedo. Había demasiadas estrellas, el cielo de la noche era demasiado vasto y profundo. Aquel abrumador y extraño ente me rodeaba, me envolvía, provocándome inseguridad. Hasta entonces había creído que la tierra que pisaba seguiría siendo eternamente sólida. No, ni siquiera me había parado a pensar en ello. Lo había dado por supuesto. Pero la Tierra no era, en realidad, más que un pedrusco que flotaba en algún rincón del universo. Visto desde la inmensidad, no pasaba de ser un andamio efímero. Sólo con un pequeño cambio de fuerza, o con un destello momentáneo de luz, la Tierra, con todos nosotros, podría ser barrida mañana mismo. Bajo un cielo tan magnífico que cortaba el aliento, pensé que iba a desmayarme en cualquier momento pensando en la pequeñez e incertidumbre de mi propia existencia”.

Preocupación

Por seguir un poquito más con las reflexiones que planteábamos algunos días atrás, vamos a traer aquí unas palabras de Dale Carnegie, el que fuera gran experto americano en psicología popular. Sus palabras se refieren, precisamente, a la necesidad de fijarnos en el ahora, en el momento actual, y olvidarnos de lo que nos ocurrió en el pasado. Dejar de atormentarnos por lo que pasó y de preocuparnos por lo que ocurrirá en el futuro. Ahora, es la palabra mágica. He aquí las palabras de Carnegie:


"Usted y yo estamos en este instante en el lugar en que se encuentran dos eternidades: el vasto pasado que ya no volverá y el futuro que avanza hacia la última sílaba del tiempo. No nos es posible vivir en ninguna de estas dos eternidades, ni siquiera durante una fracción de segundo. Pero, por intentar hacerlo, podemos quebrantar nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Por tanto, contentémonos con vivir el único tiempo que nos está permitido vivir: desde ahora hasta la hora de acostarnos”.

martes

Éxito




¿Qué es el éxito? ¿En qué consiste algo que todo el mundo parece querer lograr? Resulta difícil definir cómo lograr el éxito. Pero a ello puede ayudarnos un eminente pensador norteamericano, Ralph Waldo Emerson que nos legó esta magnífica reflexión:



“Ganarse el respeto de las personas inteligentes y el cariño de los niños. Apreciar la belleza de la naturaleza y de todo lo que nos rodea. Buscar y fomentar lo mejor de los demás. Dar el regalo de tí mismo a otros sin pedir nada a cambio, porque es dando como recibimos. Haber cumplido una tarea, como salvar un alma perdida, curar a un niño enfermo, escribir un libro o arriesgar tu vida por un amigo. Haber celebrado y reído con gran entusiasmo y alegría, y cantado con exaltación. Tener esperanza incluso en tiempos de desesperación, porque mientras hay esperanza hay vida. Amar y ser amado. Ser entendido y entender. Saber que alguien ha sido un poco más feliz porque tú has vivido. Éste es el significado del éxito”

Lo que de verdad importa




Lo que de verdad importa está en nuestro interior. Ni el dinero, ni el poder, que motivan a tantas personas en el mundo, sirven realmente para abrir el camino a la felicidad. Debemos buscar en nuestro interior y extraer de allí el verdadero oro de la felicidad. 

A veces la costumbre, la mala costumbre, nos hace perder la intensidad y la espontaneidad de la alegría que teníamos en la infancia. Es bueno que volvamos a ser niños o, al menos, que tratemos de ver la vida como la veíamos entonces. Un relato del escritor norteamericano Livingstone Larned nos puede ayuda a intentarlo. Que así sea.

Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con la toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salia a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: "¡Adiós, papá!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los hombros!"

Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenias agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tu, serias más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso.

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca, y entraste tímidamente con una mirada de perseguido? Cuando levante la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Que quieres ahora?" Te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aún el descuido ajeno puede agostar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Que estaba haciendo de mi la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a tí por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de tí. Y medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado a tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre explicación; se que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto pero mañana seré un verdadero papá. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño pequeñito".



Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.

viernes

Vida y muerte


El ser humano camina entre estas dos realidades, la vida y la muerte. Hay que asumir la segunda para poder vivir la primera. Es necesario que sepamos que un día moriremos, que lo asumamos como una realidad incontrovertible. A partir de ahí, nuestra vida será más plena, sabremos vivir cada minuto con una intensidad diferente. Nuestra vida será mejor, más intensa, más luminosa.

Aprenderemos a vivir en el día a día, en el ahora que es lo único que realmente existe. No sirve para nada mirar constantemente hacia atrás, hacia el pasado, salvo que sea  para enmendar errores que cometimos. El pasado, pasado está  y no tiene solución. Tampoco el futuro debe quitarnos el sueño. Llegará y es mejor que nos pille preparados, pero sin agobiarnos. Pasado y futuro pertenecen a la categoría de eternidades en las que poco podemos hacer. En cambio el presente, el día de hoy, la jornada completa desde que amanece hasta que anochece, ese debe ser nuestro territorio de acción, de desarrollo.   


Ahí es donde aprenderemos a ser felices.

jueves

Procupación


Esto de la preocupación no tiene final. Podemos preocuparnos por razones objetivas, pero, en general, nos preocupamos por nimiedades, cosas que hoy nos parecen insoportables y que mañana, con el paso del tiempo, nos parecerán solemnes tonterías y nos harán preguntarnos: ¿Cómo pude preocuparme tanto por eso?

Somos nosotros mismos los que podemos entrar en una espiral de pensamientos negativos, de preocupaciones sin límite que nos lleven a ver la vida como un auténtico infierno. Es importante tener la capacidad de ver nuestros problemas con una cierta distancia, y uno a uno. Todos tenemos problemas, todos nos enfrentamos a situaciones complicadas en nuestras vidas. Pero unos saben manejarlas de modo más adecuado que otros, saben separar un problema de otro, buscar la solución en cada momento.

Lo que resulta terrible e insufrible es esa sensación de que se nos acumulan los problemas, de que no podemos dar abasto en su solución. Y es cierto si pretendemos acabar con todos ellos a la vez, las respuestas, las soluciones, tienen  que venir en su momento. Nadie es capaz de enfrentar sus propios problemas todos a la vez. 

Ignacio Larrañaga es un fraile franciscano que ha trabajado durante toda su vida en Chile y en Brasil. En 1984 inició su obra más importante conocida como Talleres de Oración y Vida (TOV). Larrañaga es autor de 16 libros, la mayoría de psicología práctica y a pesar de estar escritos por un fraile católico, su mensaje sirve tanto para cristianos como para otros credos o ateos. Mira que dice este maestro sobre tí y tu preocupación:

"Es tiempo perdido y pura utopía el preocuparse por hacer felices a los demás si nosotros mismos no lo somos; si nuestra trastienda está llena de escombros, llamas y agonía. Hay que comenzar, pues, por uno mismo.

Sólo haremos felices a los demás en la medida en que nosotros lo seamos. La única manera de amar realmente al prójimo es reconciliándonos con nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente. No debe olvidarse que el ideal bíblico se sintetiza en "amar al prójimo como a sí mismo". 

La medida es, pues, uno mismo; y cronológicamente es uno mismo antes que el prójimo. Ya constituye un altísimo ideal el llegar a preocuparse por el otro tanto como uno se preocupa por sí mismo. Hay que comenzar, pues, por uno mismo."

miércoles

Endorfinas


Hay unas claves en el cuerpo humano que nos pueden ayudar a solucionar la preocupación. Una de esas claves, utilizada por los que evitan las preocupaciones y tienen una sana actitud ante la vida, es la de separar cada problema y buscarle su solución en el momento adecuado, esa es la vía hacia la felicidad. Intentar solucionar todos los problemas a la vez, es el camino al fracaso.

Y como dice aquel viejo adagio: "ríe  y serás feliz". Parece una tontería, una perogrullada. Pero funciona y por qué, porque la función crea el sentimiento. Maravillas de nuestro cuerpo. Al reír se utilizan muchos músculos de la cara como el Cigomático mayor, el Elevador del labio superior, el Elevador del ángulo de la boca, el Depresor del labio inferior o el Risorio, y todo ese movimiento muscular lo interpretamos como un mensaje a nuestra mente para que esté contenta. 

Es decir, si forzamos la risa, y nos carcajeamos, reímos con contundencia, lograremos que nuestra mente dirija nuestro interior hacia la alegría. ¿Cual puede ser una de las razones? La liberación de endorfinas que se produce cuando nos reímos. 

Las endorfinas son unas sustancias que produce nuestro cuerpo, de forma natural, para conseguir atenuar el dolor, y producen también una sensación de bienestar. Por esta razón a las endorfinas se las ha considerado como las hormonas de la felicidad. 

Sabiendo esto, ¿qué nos impide ponernos ahora mismo a reír y a liberar, por lo tanto, endorfinas en el interior de nuestro cuerpo?

Vamos a decirlo con palabras de un ilustre psicólogo estadounidense, William James:

"La acción parece seguir al sentimiento, pero en realidad acción y sentimiento van de la mano; y regulando la acción, que está bajo el control más directo de la voluntad, podemos indirectamente regular el sentimiento, que no lo está. El camino voluntario y soberano hacia la alegría, si perdemos la alegría, consiste en proceder con alegría, actuar y hablar con alegría, como si esa alegría estuviera ya con nosotros."